Reservó un Airbnb y se reencontró con sus raíces familiares

Algunas historias comienzan por casualidad, con una simple reserva online, y terminan dejando huella. Eso es lo que le sucedió a Flor, una joven viajera argentina que llegó a Italia con un objetivo claro: visitar el pueblo donde su papá nació y se crió hace 81 años.

En el corazón del Parque Nacional del Cilento, la recibieron Margherita y Enza, anfitrionas de Airbnb de una casa situada en el centro histórico de Castel San Lorenzo, un pequeño pueblo medieval de la provincia de Salerno, donde madre e hija acogen a viajeros de todo el mundo. Lo que Flor aún no sabía era que no se trataba de una estancia cualquiera: era la misma casa donde su papá había nacido y crecido, antes de que la familia emigrara a Argentina en 1955.

“Estaba lista para salir a buscar, pero cuando miré una vieja foto familiar, reconocí la entrada. Me di cuenta de que ya estábamos frente a la casa que estaba buscando”, recuerda Flor. “Cuando la anfitriona confirmó que su familia se la había comprado a mis abuelos, fue un momento difícil de describir: emoción, asombro y una inmediata sensación de pertenencia”, describe.

Una experiencia inesperada y profundamente personal, que fue posible gracias a la hospitalidad de Margherita y Enza, quienes no solo le proporcionaron un lugar donde alojarse, sino que guiaron a su huésped a través de un verdadero viaje de redescubrimiento, ayudándola a consultar documentos y registros públicos para reconstruir la historia de su familia.

“En ese momento, sentimos que formábamos parte de su historia”, dice Margherita, “como artífices de una verdad que Flor llevaba mucho tiempo buscando. Para nosotros, la amabilidad también significa eso: crear conexiones auténticas y valorar las historias de las personas que acogemos”.

Flor, y las hosts de Airbnb

Un tipo de hospitalidad que va más allá de la simple estancia. “Airbnb nos ha permitido abrir las puertas de nuestro pueblo al mundo”, añade Margherita. “Castel San Lorenzo es un pueblo pequeño, pero rebosa historia, autenticidad y, sobre todo, humanidad. Cada huésped aporta algo y, cada vez, a nuestra pequeña manera, intentamos devolverles esa sensación de calidez y pertenencia, para que se sientan como en casa”, cuenta.

La historia de Flor y Margherita es la prueba de que los pequeños pueblos aún tienen el poder de conmover y sorprender, e incluso los rincones más recónditos pueden convertirse en el escenario de historias increíbles, hechas de recuerdos, conexiones y encuentros significativos.


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